domingo, 15 de mayo de 2011

La peste, la devoción a San Sebastián y la fiesta de la Luminaria

La devoción a San Sebastián cuenta con una gran tradición en estas tierras. Es el patrón de nuestros vecinos de El Boalo, donde desde otro blog hermano (El Boalo. Sientaté que te lo cuento) también han explicado el origen de la Luminaria o Iluminaria. El Escorial, San Lorenzo de El Escorial o Collado-Villalba también las celebran. Y la tradición en Moralzarzal la cuenta también Antonio Zárate en su web .

En Moralzarzal hubo una ermita dedicada a San Sebastián, hoy desaparecida.
La Ermita de San Sebastián de Moralzarzal en la zona de Los Navazos, en una foto de1926.
Foto: Cortesía de Antonio "Zárate".

El historiador Jesús Martín cuenta en su libro Historia de Moralzarzal que ya en el primer tercio del siglo XVII estaba en mal estado de conservación. En una reunión del Concejo del 8/12/1631 se tomó la decisión de solicitar ayuda al Duque del Infantado, a quién pertenecía el pueblo, para arreglarla. Y esta misma ermita debió de desaparecer hacia mediados del siglo XX, ya que dicha ermita aparece en algunas fotos antiguas de la primera mitad del pasado siglo, fotos que nuestro buen amigo Antonio "Zárate" tiene colgadas en su web.

Lo interesante de dicha ermita es que está relacionada con las epidemias de peste que asolaban Europa en los siglos XIV-XVII y está relacionada también con la fiesta de La Luminaria que se celebra en muchos pueblos de España, también en Moralzarzal, en la noche del 19 de enero, coincidiendo con la fiesta de San Sebastián.

La peste, la “muerte negra”, era una enfermedad provocada por una bacteria (Yersinia pestis). El vector o propagador de esta bacteria es la pulga de la rata, animal que se expandía en el pasado, y con él la enfermedad, por la falta de salubridad y saneamiento en las ciudades europeas. La peste fue un fenómeno común en Europa entre los siglos XIV y XVII.

El triunfo de la muerte, cuadro pintado hacia 1562 por Pieter Brueghel el Viejo,
 refleja el clima de terror en Europa tras la Peste Negra

Entre 1569 y 1602, una serie de malas cosechas coincidieron en la Península con la llamada peste atlántica, que entró en Castilla desde Francia e Inglaterra a través de los puertos cántabros. En seguida se propagó rápidamente y provocó más de medio millón de muertos, sobre todo el norte y oeste de la península, afectando al 10% de la población. Cataluña, la mayor parte de Valencia y Murcia quedaron libres de los efectos de la epidemia. No ocurrió lo mismo entre 1629 y 1631, cuando se sufrió un contagio en Cataluña extendido desde Provenza y Languedoc. En la epidemia de 1626, una localidad próxima como Cobos de Segovia (Segovia) vio morir a 35 vecinos, 18 de ellos niños.

Sin embargo, la epidemia más grave y difundida se produjo en los años centrales del siglo XVII y ocasionó una de las mayores catástrofes demográficas de la España moderna. Teniendo como foco originario Argel, en el norte de África, la peste llegó a las costas levantinas de la península Ibérica en 1647. Se expandió rápidamente en una doble dirección, desde Valencia afectó a las regiones de Murcia, Andalucía, Aragón y Cataluña. Desde Barcelona la peste se extendió hacia el norte y a Mallorca, y desde allí a Italia. Cataluña perdió en su conjunto entre un 15 y un 20 % de su población, y Andalucía fue posiblemente la segunda región más afectada.

Esta epidemia de peste fue un mazazo para la población del Reino de Castilla, que había alcanzado cifras record a finales del siglo XVI y que no levantará cabeza hasta el siglo XVIII. En la localidad de Los Molinos, cercana a Moralzarzal, la población pasó de 87 vecinos en 1591 a los 20 de 1713. Cuenta el blog de El Boalo antes citado, que con motivo de la epidemia de peste bubónica que tuvo lugar en el año 1599, consta que en Lozoya el “contagio de secas” acabó con la vida de doscientas personas.

Por este motivo, y copiamos aquí el texto del mismo blog, "a finales del siglo XVI los habitantes de El Boalo buscaron la protección del Santo. Y como reconocimiento y desagravio, para que no se volviese repetir otro azote de peste, hicieron voto de gratitud a San Sebastián levantando la iglesia parroquial del pueblo, a él dedicada. Los libros de fábrica recogen la fecha de 1620, por lo que la construcción fue inmediata a los tiempos de mortandad y tribulaciones pasados por los boaleños, que vinieron a entronizar expresamente así el patronazgo de San Sebastián".

La naturaleza caprichosa de estas epidemias hizo pensar a las atemorizadas gentes que los ataques "al azar" de la peste eran como los ataques de las flechas,  y en su desesperación la sociedad buscó la intersección de un santo que hubiese sido martirizado con flechas. Por eso San Sebastián fue por excelencia el santo más invocado para que protegiera a los pueblos de este tipo de epidemias, especialmente de la peste.  

Foto: Martirio de San Sebastián, obra del pintor gótico burgalés Alonso Sedano, siglo XV.

Siglos antes, en Roma, cuando la ciudad estuvo atacada por una epidemia de peste, los ciudadanos hicieron un altar con imagen de San Sebastián en la basílica de San Pedro. La gente fue a invocarle y, según dice la tradición, la peste cesó de inmediato. Este hecho se divulgó rápidamente por todo el mundo y desde entonces fue invocado en todas partes. En España son innumerables las ermitas y capillas dedicadas en su honor y muchos templos parroquiales tienen una imagen o un altar de San Sebastián.

Recurrir a la oración fue el remedio más común. Indulgencias, limosnas, misas, procesiones, rogativas o plegarias de diverso tipo se consideraban esenciales. El Papa llegó a establecer un oficio especial para obtener la misericordia divina en el freno de la peste. Las ciudades solicitaban indulgencias al Papa: en todos los lugares se decían misas a San Sebastián y se hacían procesiones.

Pero al mismo tiempo que se rezaba a San Sebastián se buscaban remedios, tratamientos y medidas que pudieran contener la expansión de la enfermedad. Los propios médicos recomendaban la huida aunque esta conllevara riesgos, de ahí que se intentara ocultar la enfermedad.

Como se pensaba que la enfermedad se inhalaba y estaba asociada al aire insano procedente de la pobredumbre, los médicos aconsejaban un cóctel de  remedios caseros como comer carne de ave o de cordero, huevos, pan y vinos añejos (esto es, mejorar el estado nutricional y las defensas del organismo), pero también cosas como abstenerse de relaciones sexuales, aplicar empastes de hojas de ciertos árboles o encender hogueras con plantas aromáticas, etc.

El aire insano se purificaba con grandes humaredas y hogueras de romero, cantueso, tomillo y enebro, hogueras que debían de durar toda la noche, hasta que por la mañana se regaran las calles y las casas con vinagre, calles que además debían estar enramadas con juncia, cantueso y tomillo. Si en un una casa había fallecido un enfermo, ésta debería cerrarse y quemarse toda su ropa y enseres. El fuego era el elemento purificador.

Y estas hogueras dieron lugar a la tradición de "Las Luminarias" que se encienden en muchos lugares de España en la fiesta de San Sebastián el 20 de enero.

Con información procedente del Archivo Municipal de Moralzarzal, el historiador Jesús Martín Ramos recoge en su libro Historia de Moralzarzal la existencia durante el siglo XVIII de una Cofradía de San Sebastián, formada por “Los Caballeros de San Sebastián” que son, según Jesús Martín, los mozos y recién casados del pueblo. Así, en 1701, el tabernero de Moralzarzal debía de dar una arroba de vino a dichos “caballeros”, y media arroba más de vino si la Cofradía celebraba las Fiestas de la Cruz de Mayo. Los Caballeros de San Sebastián cogían los romeros, tomillos y enebros del monte, y en especial de los montes de propios, como la Ladera de Matarrubia.

Aunque la fiesta y la tradición proceden probablemente del siglo XV (recordemos que la Ermita de San Sebastián estaba en mal estado en 1631), es en 1764 cuando la villa de Moralzarzal hizo voto al Glorioso San Sebastián, como abogado de la peste, según recoge Jesús Martín en su Historia de Moralzarzal.

Y la feliz desaparición de esta enfermedad permitió una modificación de la fiesta hasta adaptarla a nuevas costumbres y significados. Como en otros muchos pueblos de España, en Moralzarzal los mozos llamados a filas, los quintos, acabaron haciendo suya la fiesta.

Cuenta la revista editada por el Ayuntamiento de Moralzarzal que en La Luminaria cebollera eran los mozos casados en el año anterior los encargados de recoger la leña para encender el fuego. Como añadido, se colocaban cencerros alrededor de la cintura y corrían por las calles imitando los encierros taurinos; se cantaba, se bebía y se saltaba por encima de la fogata. Recogiendo la tradición oral de los cebolleros, el historiador Jesús Martín recoge en su libro que la noche era conocida también como “la noche de los viudos”, debido a que éstos aprovechaban el calor de la hoguera para relacionarse y conseguir una nueva pareja. 

Acabado también felizmente el servicio militar y la tradiciones ligadas a los quintos, el testigo lo han cogido ahora algunas mujeres de Moralzarzal, que voluntariamente se encargan de preparar el chocolate y los churros y bizcochos que se reparten entre los asistentes a La Luminaria.

En la noches frías de enero, al calor del fuego y el chocolate con churros, entre risas y anécdotas, la peste ya no nos asusta, ya no nos acordamos de San Sebastián y de las flechas caprichosas del destino.


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