martes, 26 de agosto de 2014

El Berrocal, un monte testigo del régimen mancomunado

Existen numerosas referencias de los siglos XVI y XVII sobre la existencia de un espacio forestal de uso mancomunado entre los pobladores de las aldeas de Becerril de la Sierra, Moral, Zarzal, El Boalo, Cerceda, Mataelpino, junto con El Real de Manzanares, señorío bajo en que se agrupaban. 

Su nombre era El Berrocal, o Dehesa de El Berrocal. 

A partir de estas referencias, la toponimia y los cambios administrativos ocurridos en este espacio, hemos querido reconstruir su historia. 

Este monte estaba cubierto por fresnedas en las zonas llanas y de suelos encharcables, y de rebollos, encinas, enebros y alcornoques en los afloramientos rocosos, en los berrocales. A partir de la toponimia, podemos especular que este gran espacio comunal superaba las 600 Ha de superficie.
Situación hipotética del monte mancomunado de El Berrocal sobre sobre la hoja 508, escala 1:50.000 del IGN de 1923. Nótese la pervivencia de la red de caminos y vías pecuarias en los dominios de El Berrocal  y la inexistencia de varias carreteras actuales: la que va desde El Gamonal hasta Mataelpino; desde El Gamonal hasta Navacerrada (actual M-607) o la carretera M-617 que comunica actualmente El Boalo, Mataelpino y Becerril.
La colonización y uso mancomunado de El Berrocal se remonta al proceso de poblamiento de la falda sur de la Sierra de Guadarrama por parte de la Villa y Tierra de Segovia, tras la caída de Toledo en el año 1085.

El régimen de usos mancomunado entre aldeas vecinas y las villas de Segovia y Madrid se mantuvo una vez que la propiedad pasó a manos del Señorío del Real de Manzanares. Y los usos comunes también se mantuvieron una vez que los pueblos se independizaron en los siglos XVII y XVIII del Real de Manzanares, adquiriendo el título de villa, y duraron hasta el desmantelamiento del régimen mancomunado y la propiedad comunal a principios del siglo XIX.

Durante todos estos siglos la Dehesa de El Berrocal fue aprovechada por los vecinos de las aldeas de Becerril, Moral, Zarzal, El Boalo, Mataelpino, Cerceda y el Real de Manzanares.

Las zonas llanas y con suelos más profundos debieron ser pronto roturadas y cultivadas, formando primero dehesas de fresnos y luego praderas, en un proceso bien conocido y documentado en otras zonas de la península. La sucesiva eliminación del arbolado se refleja en topónimos como “Los Praderones” y “El Gamonal”, este último un fototopónimo que alude al gamón, una planta común en pastizales donde el uso del fuego ha sido recurrente. 

Pero la cobertura arbórea se mantuvo en las zonas no aptas para el cultivo, los afloramientos rocosos o berrocales, donde se aprovechaba la piedra, las leñas, se carboneaba o se podaban los árboles para el ramoneo del ganado.
Uno de los alcornoques monumentales que sobreviven en la zona, en este caso en el monte Dehesa de Berrocal y Gargantilla. Estos ejemplares son posiblemente testigos de una mayor presencia histórica del alcornoque en las faldas del Guadarrama.

Jesús Martín recoge en su libro “Historia de Moralzarzal” algunos de los pleitos ocurridos durante el siglo XVI entre estas aldeas y el Real de Manzanares, con motivo de la explotación de varias dehesas mancomunadas que se dedicaban al aprovechamiento agrícola, ganadero y la obtención de leñas. La dehesas de El Berrocal y Garganta formaban parte de estos montes litigio, junto con las dehesas del Carrascal de Matavacas, Cabeza Yescas y Rodihuelo.

Más detalles sobre estos litigios encontramos en la publicación "Arquitectura y Desarrollo Urbano", en los tomos correspondientes a estas localidades. Así, en 1568, la villa de Manzanares pleitea con los lugares de Becerril, Cerceda, Moral y Zarzal acerca del uso de determinados lugares y dehesas, fallando la sentencia en favor de la propiedad común. Otro de los pleitos versará sobre la distribución de las noventa fanegas de trigo que los Concejos del Moral, Cerceda, Becerril, Boalo y Matalpino pagan a la villa de Manzanares en virtud de la renta de la dehesa del Berrocal, que era labrada por todos estos vecinos y en la que compartían también los pastos y la piedra de cantería.

En 1587, y para poner paz en tanta disputa, Cerceda, Moral, Becerril, Mataelpino y El Boalo acordaron con la villa de Manzanares capitulaciones sobre el uso de las dehesas del Carrascal de Matacabras, Garganta, Rodihuelo y El Berrocal, pues aunque el uso conjunto de la tierra más extendido era el de mancomunidad de pastos, también había dehesas, como la de El Berrocal, labrada conjuntamente por los vecinos de los lugares citados arribaque en ella tienen sus suertes por las que deben pagar una renta en dinero (700 reales) y otra en especie”. El acuerdo fue el siguiente:
  1. Las dehesas de El Berrocal y Rodigüelo quedaban para el disfrute común de los lugares y de Manzanares.
  2. Las dehesas de Carrascal y Garganta quedaban para Manzanares, mientras que las aldeas, solamente tendrían el aprovechamiento que les correspondía por pertenecer al Real de Manzanares junto con la villa de Madrid.
  3. Manzanares pondría guardas en estas cuatro dehesas anteriores y las multas pasarían a las arcas de Manzanares.
  4. Cuando llegara el momento de cortar el “monte alto” en las cuatro dehesas el dinero sería exclusivo de Manzanares pero las aldeas podrían disfrutar de la compra de la leña.
  5. Las cinco aldeas podían sembrar en adelante en El Berrocal,como siempre lo habían hecho.
  6. En conjunto tendrían que pagar cada tres años 90 fanegas de trigo, limpio y de buena calidad. Obligatoriamente se debería llevar de manera gratuita a Manzanares.
  7. Las aldeas no podían coger maderas, siempre con la autorización de la villa, para su viviendas, el molino o para los edificios de ganado.
Pero la paz duró sólo algunas décadas. El historiador Jesús Martín ha recuperado de los archivos municipales de Moralzarzal interesantes datos sobre los problemas que siguieron teniendo los vecinos con un poderoso estamento de la época, el Honrado Concejo de La Mesta. Entre los años 1609 y 1610, los vecinos de estas aldeas fueron acusados por La Mesta de arar y sembrar en varios montes de propios y comunales, entre ellos la Dehesa de El Berrocal, un tipo de conflicto muy común en aquellos siglos dado el enorme poder de esta institución ganadera.

En 1614, El Boalo, Mataelpino, Becerril y Cerceda pleitean nuevamente contra La Mesta, esta vez por El Gamonal, hoy un espacio desarbolado en termino municipal de Moralzarzal pero también de uso mancomunado por aquel entonces. Y nuevamente fue por las pretensiones de la cabaña real ganadera de evitar la roturación de los espacios de uso mancomunados.

En 1638, Manzanares pleitea de nuevo contra Becerril, Moral y el Zarzal por los derechos de cada uno sobre las dehesas del Carrascal, Matacabras, Rodihuelo y, de nuevo, las de Garganta y El Berrocal. En el fallo fueron consideradas comunes las dehesas de El Berrocal y Rodihuelo; las otras se adjudicarían a Manzanares, concediendo a las aldeas el aprovechamiento propio de los vecinos del Real y de la Villa y Tierra de Madrid.

Cuando en el primer tercio del siglo XIX se procede al desmantelamiento del régimen mancomunado, la división provincial de España y la definición de los límites municipales, la gran Dehesa de El Berrocal fue divida entre los 6 usufructuarios:
  • Manzanares el Real se quedó con la mayor parte (150 Ha aprox), formando un enclavado (territorio desligado de su término municipal) en forma de pentágono irregular;
  • Becerril de la Sierra se quedó con la parte Oeste, manteniendo el nombre del actual monte de utilidad pública “Dehesa del Berrocal y Gargantilla”, con 100 Ha. de superficie;
  • Moralzarzal con Los Praderones y El Gamonal (en torno a las 143 Ha), al Sur, dando lugar a esa protuberancia o cuña que forma el contorno del término municipal de Moralzarzal;
  • El Boalo, Cerceda y Mataelpino, en un primer momento separados, se debieron quedaron con las migajas del monte que entraron dentro de su jurisdicción, aunque la toponimia no ayuda para poder aseverar esta hipótesis en los casos de El Boalo y Cerceda.
Reparto de la Dehesa de El Berrocal sobre la hoja 508, escala 1:50.000 del IGN de 1923, tras la división municipal en 1833. Nótese las divisiones de los términos de Cerceda, El Boalo y Mataelpino.

El topónimo "El Berrocal" se mantuvo arraigado en toda el área. El enclavado de Manzanares el Real se denomina en la cartografía “El Real de Manzanares en El Berrocal”. Y el resto de municipios heredaron también el topónimo El Berrocal, como fincas de propios. En el caso de Becerril de la Sierra, al acoger la única parte arbolada del antiguo dominio de El Berrocal, pasaría a principios del siglo XX a formar parte del catálogo de montes de utilidad pública con la denominación Dehesa del Berrocal y Gargantilla (nº 4 del catálogo de Montes de Utilidad Pública).
Ficha de la Dehesa del Berrocal y Gargantilla, nº 4 del Catálogo de Montes de Utilidad Pública de la Comunidad de Madrid. Fuente: Montes de Utilidad Pública de la Comunidad de Madrid. Serie Técnica del Medio Natural nº 1.
Nos queda por investigar los efectos de los procesos desamortizadores del siglo XIX sobre los restos de El Berrocal, ahora propiedad de los pueblos, pero no podemos descartar segregaciones y ventas de fincas aledañas que podrían haber formado parte de El Berrocal.

Desmantelado el régimen comunal, otros aprovechamientos y otras formas de organización permitieron el uso de los recursos en este espacio. Aunque la cantería está documentada en la zona al menos desde el siglo XIV, ésta se constituye en actividad fundamental entre finales del siglo XIX y el primer tercio del siglo XX, generando una industria local muy próspera que puso la piedra de nuestro subsuelo en fachadas y adoquinados de Madrid. La cantería ha sido seña de identidad de esta comarca.

Producto de esta economía basada en la extracción de piedra, entre 1883 y 1956 funcionó una línea de ferrocarril de vía estrecha que unió en 11 km la estación de Villalba con un embarcadero de piedra próximo a las canteras de El Berrocal, todavía visible al cruzar el río Samburiel, en los antiguos límites de la antigua gran Dehesa de El Berrocal. El "Tren del Berrocal" o el  “tren de la piedra”, en manos de la Compañía del Norte, sirvió para dar salida a la producción de granito de una amplia zona que incluye canteras grandes como las varias existentes en El Berrocal o las del Gurugú, pero también a la producción de innumerables pequeñas canteras que se horadaron en dehesas boyales y fincas privadas, cuando una buena parte de la mano de obra se dedicaba a este menester. El tren de El Berrocal tenía dos locomotoras, una de las cuales se llamaba Berrocal (la otra Villalba).
El tren del Berrocal cargado de piedra. Al fondo, el pico de La Maliciosa. Fuente: Blog Historia e "historias", http://sammas2250.blogspot.com.es/2013/02/la-estacion-de-villalba-de-guadarrama.html
En el primer tercio del siglo XX, durante la edad de oro de la cantería de granito en nuestra comarca, los trabajadores de estos municipios y otros colindantes se organizaban en sociedades de “sacadores de piedra y carreteros”. En palabras del Sr. Pérez Sánchez, Ingeniero de Minas jefe del Distrito que visita la zona en 1911, estas organizaciones eran quizá la más antigua organización obrera en España. El Art. 2º del Reglamento de la asociación de Alpedrete (no hemos encontrado otra referencia) “era procurar el mejoramiento de los asociados en sus intereses morales y materiales, ya individuales, ya colectivos, fomentándolos y desarrollándolos con actividad, conforme a las leyes generales y a las disposiciones especiales de dicho Reglamento”. De este forma, continúa el Ingeniero, “se impusieron a los abastecedores de Madrid y monopolizaron el negocio de piedra granítica en este centro de consumo”.

Mientras cantería, ganadería y agricultura dominaron la economía de estos pueblos serranos, los usos en la vieja Dehesa de El Berrocal se mantuvieron, pero ya no en régimen mancomunado. 

Y a partir de los años 60 vino el boom del uso residencial. Pero eso lo contamos en el siguiente post: El Berrocal: el asalto a Los Praderones.



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El Berrocal II: el asalto a Los Praderones

http://historiasdemoralzarzal.blogspot.com.es/2014/09/el-berrocal-ii-el-asalto-los-praderones.html

La Dehesa vieja nos pertenece
http://historiasdemoralzarzal.blogspot.com.es/2011/06/la-dehesa-vieja-nos-pertenece.html


Fuentes para la elaboración de esta entrada:

  • Martín, Jesús. Historia de Moralzarzal. Ayuntamiento de Moralzarzal, 2007.
  • Comunidad de Madrid (1999). Arquitectura y Desarrollo Urbano. Comunidad de Madrid (Zona Oeste). Tomo VII. Dirección General de Arquitectura y Vivienda de la Consejería de Obras Públicas, Urbanismo y Transportes.
  • Manuel Valdés, C.M. (1996). Tierras y montes públicos en la sierra de Madrid (sectores central y meridional). Serie Estudios. Ministerio de Agricultura, Pesca y Alimentación. Secretaría General Técnica.
  • Estadística Minera de España, 1911. Biblioteca de la Escuela Superior de Ingenieros de Minas.
  • Cartografía 1:50.000 del Instituto Geográfico Nacional, Hoja 508, Cercedilla. Años 1923, 1945,1967,1987,2002.
  • Fotografía aérea 1946, 2011.

viernes, 8 de agosto de 2014

Ecos de la guerra del wolframio en Moralzarzal

Hace unos pocos años, cuando empecé a interesarme por la historia de la minería antigua de Moralzarzal, las alusiones a la búsqueda de wolframio en la localidad eran bastante frecuentes.

Al principio pensé que esta referencia al wolframio se utilizaba como cajón de sastre cuando se desconocía el origen de algunas labores mineras presentes en nuestro término municipal. Pero tras leer este verano un libro de mi abuelo (Wolfram, wolfram. La diplomacia en la bocamina) he podido conocer mejor un fenómeno que dejó una pequeña huella en nuestra término municipal y aledaños: “la guerra del wolframio” o, como también se la conoce, “la fiebre del oro negro”. Una historia de aventureros, espías y diplomacia internacional durante la post-guerra española.
Cubierta de la novela policíaca de Carlos Caba "Wolfram, wolfram. La diplomacia en la bocamina".

Según la wikipedia, el wolfram, wolframio, volframio o tungsteno (como lo denominan los anglosajones) es un metal escaso en la corteza terrestre, que se encuentra en forma de óxido y de sales en ciertos minerales. Es de color gris acerado, muy duro y denso, tiene el punto de fusión más elevado de todos los metales (superior a 3400 ºC) y el punto de ebullición más alto de todos los elementos conocidos. Por estas propiedades es utilizado en maquinarias de precisión, electrodos de soldaduras, filamentos de lámparas incandescentes, en las estructuras eléctricas de los automóviles, etc.

Wolfram o wolframio


En terrenos graníticos, como en el que se asienta Moralzarzal, este metal se asocia a los filones de cuarzo que se abren entre los granitos, donde la alteración hidrotermal ha producido mineralizaciones de casiterita (óxido de estaño o SnO2) y volframita (WO4Fe o WO4Mn).

El enorme interés por este metal, y su búsqueda también en el subsuelo de Moralzarzal, vino a consecuencia de las dos guerras mundiales y la Guerra de Corea. ¿Porqué? Por que el wolframio es un metal muy inerte, no se corroe y resiste el ataque de todos los ácidos, muy importante para las aleaciones en los blindajes de los carros de combate, barcos y motores. Además, cuando se adiciona al hierro o al acero, incluso en pequeña cantidad, aumentan la resistencia a altas temperaturas y su dureza, dando mayor densidad a los proyectiles y mayor capacidad de atravesar los blindajes.

De manera especial, sus usos bélicos le hicieron un mineral estratégico durante la II Guerra Mundial, siendo la Alemania Nazi, sin recursos propios, quién más necesitada estaba de las cualidades del wolframio para construir la punta de sus proyectiles anti-tanque y la coraza de los blindados. Hasta el año 1939 Alemania pudo abastecerse de wolframio en la India, China y Birmania, pero el bloqueo naval británico obligó a los nazis a buscar los yacimientos de España.

Incluso antes del comienzo de la II Guerra Mundial, los alemanes habían llegado a las regiones mineras del interior de Pontevedra y Ourense. La ayuda del Gobierno Alemán a la sublevación del General Franco hubo que pagarla en forma de materias primas y la deuda contraída (estimada en 212 millones de dólares del año 1940) se devolvió en forma de alimentos, cereales y minerales estratégicos.


Alemania necesitaba una fuente europea para aprovisionarse de este mineral estratégico y la península ibérica era el único lugar en Europa donde era posible encontrar este mineral en cantidades significativas, aunque insuficientes para las necesidades alemanas. Por este motivo, las distintas potencias (Inglaterra, E.E.U.U. Y Alemania) se disputaron el control de la producción y comercio internacional, creando un servicio de espionaje específico para controlar el mineral.

La “guerra del Wolframio” tuvo la península ibérica como escenario principal, con una época dorada entre los años 1940 y 1944. Antes de empezar la II Guerra Mundial, en España había seis empresas que se dedicaban a la extracción de ese elemento químico y al finalizar la contienda se contabilizaron un centenar. Vigo fue principal puerto de salida del mineral y Galicia se llenó de agentes alemanes dispuestos a conseguir el material a cualquier precio y de agentes aliados dispuestos a evitarlo. Además de las concesiones mineras del interior de Galicia, la fiebre del oro negro se extendió a las cuencas mineras de Tornavacas (Cáceres), el Bierzo leonés y la Cabrera, y con menor intensidad en Asturias, Zamora y Salamanca. En Portugal, alemanes e ingleses explotaron de forma pacífica diversos yacimientos, para después venderlo a los aliados y a los nazis.

Los norteamericanos usaron dos métodos para dificultar el aprovisionamiento de wolframio español a Alemania, el primero fue el embargo petrolífero a España en dos ocasiones, una en 1940 (aunque no específicamente provocado por el tema del wolframio) y posteriormente otro en 1944 con el wolframio jugando un papel central. El segundo método consistió en comprar en el mercado libre todo el mineral disponible, lo que provocó que el precio se multiplicara por más de diez (alcanzaría su techo en 1943) y que para España constituyera su principal fuente de divisas.

El embajador norteamericano en Madrid en aquellas fechas, Carlton J.H. Hayes, relataría en su libro "Misión de Guerra en España", publicado en 1946, como funcionaban este tipo de "compras preventivas". Consistía en pujar por ciertos productos de importancia militar para el Eje, y en especial Alemania, caso del wolfram: "si los alemanes ofrecían 200 pesetas por tonelada, los aliados proponían su compra por 600 pesetas". 

La estrategia de los aliados de subir los precios de las materias primas para ahogar económicamente a Alemania hizo que el wolframio fuera considerado un “oro negro”, provocando un movimiento económico importante en un medio rural español deprimido por una larga contienda civil. Debido a la falta de mano de obra especializada, el régimen de Franco utilizó a los presos políticos de la guerra civil en el trabajo (forzado) de la minería y la construcción, aprovechando así los conocimientos y habilidades de trabajadores procedentes de áreas geográficas con gran experiencia en minería, como eran los presos llegados de Asturias.

En las zonas de abundancia de este mineral, esta fiebre provocó el surgimiento de nuevos asentamientos y poblados mineros, habitados por una variada fauna de todo tipo de pelaje: industriales que reinaban como los “señores de wolfram”, aventureros y buscavidas, capataces con alma de negreros, malhechores, prostitutas...todos al pairo del olor al dinero fácil. Para completar el cuadro no podía faltar la Guardia Civil, tan temida como odiada, que cada noche rebuscaba en caminos y tascas a los vividores ávidos de enriquecimiento rápido y con cuentas con la justicia. Y por las comarcas mineras del wolfram también pululaban agentes de las embajadas, espías y tratantes de materias primas al servicio de las potencias en conflicto.

Entre los sistemas de trabajo, existía uno más o menos ilegal y clandestino: el de las “recuperaciones”, que se movía entre el hurto, la rapiña y el descuido. Una auténtica especialización minera en el pillaje que explotaba con medios muy rudimentarios previa obtención de un carné o autorización.

En el entorno de la Sierra de Guadarrama existe una vieja mina de wolframio, en Cabeza Líjar (Guadarrama), pero fue la zona comprendida entre Torrelodones, Hoyo de Manzanares y Colmenar Viejo la que disponía de mejores yacimientos de casiterita y wolframita. Por este motivo, Hoyo de Manzanares contó con diversas explotaciones de estaño y wolframio, durando incluso su explotación hasta los años 60. Estas labores sobrevivieron gracias a la existencia de una fundición de estaño en Villaverde que compraba toda la producción. Tambíen Guadalix, contó con una mina, que todavía hoy produce problemas de contaminación por arsénico.

En un Foro sobre la II Guerra Mundial, hemos encontrado el testimonio de un experto que comenta el hecho de que en el Valle del Lozoya existen numerosas minas de wolframio de esta época. No se trata de una ni dos, sino de cientos de micro-minas, catas superficiales o simples pozos. En una zona correspondiente a cinco municipios se encontraron restos de unas 100 micro-minas. Las personas mayores de estos pueblos dan testimonio de una fiebre del oro negro en la zona entre los años 1938 y 1945, pero de manera particularmente intensa a partir de 1943. Según estos testimonios, en estos años mucha gente del valle se lanzó a la compra de tierra o incluso a la “recuperación” del mineral. Eran gente sin preparación y sin medios. Un simple pico y un animal de carga bastaban para aventurarse a la búsqueda de oro negro. En esos tiempos, y dada la gran demanda de este mineral, una pequeña cantidad de wolframio podía dar sustento a una familia durante un año, y en la dura post-guerra española eso era mucho.
Bocamina de la mina de Wolframio de Cerceda, junto al río Samburiel y el Chaparral de La Mina. Autor: Miguel Ángel Soto.
Guardando las distancias, algunos cebolleros debieron probar fortuna en los alrededores de Moralzarzal en esas mismas fechas. Los trabajos de campo realizados por Antonio López Hurtado y un servidor para localizar las minas de plata de Moralzarzal nos llevaron a documentar algunas bocaminas y trabajos superficiales que son con toda probabilidad resultado del paso de la fiebre del oro negro por nuestra localidad.

Aunque no podamos descartar la existencia de otras labores, la mina de Cerceda (ver foto arriba) y las trincheras de la Ladera de Matarrubia (ver foto siguiente) son, muy probablemente, restos de aquella fiebre por el oro negro, una fiebre que en Moralzarzal y pueblos vecinos, especializados en la cantería de granito, quedó en una simple febrícula.

Restos de labores mineras en busca de wolframio o estaño en el monte Ladera de Matarrubia, en Moralzarzal. Autor: Antonio López Hurtado. 

Estannita o Molidebnita encontrada en los alrededores de las labores mineras de la fotografía anterior. Autor: Antonio López Hurtado.


Fuentes para la redacción de este post